facebook instagram

La marcha de la reina negra

  • ACERCA DE Mí
  • ANÉCDOTAS
  • CUENTOS
  • RESEÑAS
  • VIAJE
    • Capítulo I

Hola, bienvenido a este blog de narrativa.  Soy de Lima-Perú.  Soy licenciada en Educación, con estudios en maestría de Docencia Universitaria  y Escritura  Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.  He  colaborado en la  antología  literaria  Bosques de Letras (2019) libro publicado por la maestría de Escritura Creativa.  Algunos relatos han sido publicados en revistas literarias como Monolito, Noctunario y Collhibrí. Y el 2019 publiqué...por fin...mi  primer libro de cuentos fantásticos Materia Oscura.   Siempre me ha gustado narrar historias y este blog es una oportunidad para hacerlo.
Correo de contacto: giovannaguzmanpalomino@gmail.com

Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios


- ¿Cuándo saliste de la cárcel?-le preguntó la jefa de recursos.

Sarah puso su atención en los cuadros colgados en la pared, los títulos de quién la entrevistaba era prueba de que ella había perdido sus mejores años.

- Lo siento Sarah. -repuso la de recursos cuando la joven no respondió de inmediato- Debí llamarte antes…-la habían entrenado para ser asertiva y menos sincera al hablar, pero en ese preciso momento no podía serlo- Lo siento. -volvió a disculparse como si sus logros ahondaban la diferencia entre Sarah y ella. -¿Cómo está tu mamá?
-Necesito el trabajo. -insistió Sarah, avergonzada y tímida.
- Lamentablemente ahora  no puedo hacer nada por ti, amiga. No tienes el perfil que requerimos, quizá si lo intentas luego…

La jefa de recursos se disculpó  un par de veces más antes que terminara la reunión. Sarah  salió del edificio y sintió el golpe del  sol veraniego sobre su cara, se asustó un poco. La luz la azoró. Recordó el día que salió de la cárcel y mecánicamente también el día que ingresó. La angustia de sus padres y el fin de sus sueños aún la perseguían como fantasmas.  

Caminó cuesta abajo cuando salió de su última entrevista de trabajo.  Llevaba casi dos meses sin conseguir empleo. Su madre le había advertido  que esa idea romántica de la inserción social era solo fantasía. Era más probable que terminara contándole a los pasajeros  desconfiados de un micro sus anécdotas penitenciarias para tratar de vender una bolsa de golosinas. <Eres muy inteligente, Sarah, de seguro encontrarás algo afuera, algo que enrumbe tu vida.> le habían dichos sus amigas, las reclusas. Pero ella creía que solo era pura amabilidad porque ninguna persona inteligente hubiera ocasionado la muerte de nadie.

Sobre un banco descansó. Rebuscó en sus bolsillos las últimas monedas que le quedaban, pero encontró doblado la hoja de la lista de deseos  que escribió antes de salir de prisión. De vez en cuando Sarah pensaba como una chiquilla de diecinueve, y eso a veces la llenaba de ilusión. El primer deseo  que escribió fue abrazar a su madre el día que saliera en libertad. No lo hizo. Apenas la vio anciana y silenciosa, Sarah escondió sus brazos porque fue asolada por una profunda culpa. Ya no tenía padre, lo había perdido hacía años.  Los siguientes deseos no valieron la pena, eran tonterías de una juventud trunca. La quinta lo acaba de hacer, ponerse en contacto con Maripili, su mejor amiga del colegio. Repasó los otros deseos y se detuvo en el noveno: conseguir trabajo estaba siendo imposible. Sin embargo,  su atención se enfocó en el último: saber sobre la familia de las víctimas. Se lo había prometido a  Dios, en sus horas más oscuras.  

Una tarde, después de otra entrevista fallida de trabajo, llegó hasta la dirección que el abogado le entregó. Aquella  primera vez merodeó un par de horas, las otras veces solo llegó y luego se fue. Finalmente un  día  se armó de valor y tocó la puerta,

- ¿Si?¿qué desea? -preguntó un anciano.
- Buenos días, señor. -dijo ella.  Luego no supo qué más decir.
- ¡Ahh! ¿Viene usted por el cofrecito?  Pase, pase. -dijo alegremente el viejo- Espéreme aquí que ahora lo traigo.  

Sarah aprovechó la confusión. Ya en el interior de aquella casa que no era más una casa, sino un lugar oscuro, de paredes roídas, muebles viejos y pestilencias de gato salió el anciano con una cajita entre las manos. 

-Aquí está, señora.  ¿Le gusta? Es antiguo, pero de buenísima madera. Lo puede usar como joyero. Era de mi viejita, ella no se va a molestar, ya está arriba.  Se la dejo a veinte solcitos.

Sarah no tenía todo ese dinero, pero no quería regatear con ese hombre que vendía sus recuerdos.

- Mire, se lo dejo a quince. Total ya está aquí.

Cerraron el trato.

El anciano se fue a buscar una bolsa mientras Sarah componía su alma para no delatarse. En un rincón de la pared había unos juguetes viejos puestos como únicos adornos de la casa.

- Eran de mi nietito, que en paz descanse. Eso si no se los puedo vender. -advirtió el hombre.
- ¿Qué le pasó a su nieto? -preguntó Sarah con los recuerdos en conmoción.
- Murió hace quince años. Una desgraciada me lo mató, a él y a su mamá.
- Qué terrible… -asintió ella con una vocecita minúscula.
- Fue demasiado terrible para dos viejos, pobres. No se lo deseo a nadie…
- ¿Puedo volver? -le preguntó Sarah para interrumpir los lamentos del anciano.

El anciano le prometió que buscaría algo bonito para la próxima vez.
 
Sarah abandonó la casa y minutos después terminó vomitando en un parque. Por tres días no salió de su habitación y cuando lo hizo compró una bolsa de dulces y esperó en el paradero. Era una jovencita alegre y dedicada con un futuro prometedor cuando todo ocurrió. Sarah quería estudiar periodismo, pero cuando era pequeña jugaba a ser cantante. Tenía muchos sueños, como seguramente los tenían las víctimas.

Cuando la mujer despertó de sus recuerdos el micro se había detenido en el paradero. Sarah apretó la mandíbula y subió con su bolsa de caramelos. Miró a los pasajeros, tomó aire y contuvo toda su vergüenza. Saludó sin mirar a nadie y empezó a cantar con una voz desafinada y triste. 

Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

El catoblepas es el título del segundo capítulo de Cartas a un joven novelista, MVLL utiliza esa referencia  del animal mítico que aparece en la novela de Flaubert y que luego es utilizado por  Borges para representar que  el escritor debe sacar de sus entrañas el tema a desarrollar en una novela. Este segundo capítulo se centra en explicar al  joven novelista  sobre  como surgen  los temas que va a narrar el escritor. Para el autor los temas tienen un asidero en las experiencias propias de todo escritor,  aquello que ha vivido  es el germen para construir un relato que no  necesariamente debe ser una biografía, pero que en la construcción se independiza de la experiencia o anécdota. Deja en claro que toda ficción nace de la realidad.
“Este proceso es complejo y minucioso que, muchas veces,  ni el propio autor es capaz de identificar en el producto terminado esa exuberantes  demostración  de su capacidad para inventar personas y  mundos imaginarios, aquella imágenes agazapadas  en su memoria-impuestas por la vida-que activaron su fantasía, alentaron su voluntad y lo indujeron a pergeñar aquella historia”. (p26)

Además, explica que el novelista no elige sus temas sino es elegido por ellos: “En la elección de tema, la libertad de un escritor es relativa, acaso inexistente”. Para MVLL los temas están poderosamente ligados en las experiencias, pero cuando el trabajo del autor termina el texto ya es un producto independiente de la experiencia del autor: “Que, aunque  el punto de partida de la invención del novelista  es lo vivido, no es ni puede serlo el de llegada”.
También explica sobre la autenticidad: “el novelista auténtico es aquel  que obedece dócilmente aquellos mandatos que la vida  le impone, escribiendo  sobre esos temas y rehuyendo aquellos que no nacen  íntimamente de su propia  experiencia y llegan a su conciencia  con carácter  de necesidad” (p33)
Finalmente,  considera que  para  escribir  mejor, con más convicción  y energía el novelista pasa por un trabajo arduo: “Los escritores que rehuyen  sus propios demonios  y se imponen ciertos temas, porque  creen que aquellos no son lo bastante originales o atractivos y estos últimos sí, se equivocan garrafalmente”.

 ***

¿Por qué los lectores podemos conmovernos con una relato? ¿Qué poder ejerce sobre nosotros un relato para que le creamos? MVLL aborda este temática en el siguiente capítulo: El poder de la persuasión. Según el autor: “esas novelas son buenas gracias a la eficacia de su forma, han sido  dotadas de un irresistible poder de la persuasión”
La fórmula ganadora para crear ese tipo de historias es dotar a una novela de poder de persuasión, y para ello es preciso contar su historia de modo que aproveche al máximo las vivencias implícitas en su anécdota y personales y consiga transmitir al lector una ilusión de autonomía respecto del mundo real en que se halla quien la lee.  Los escritores tienen la necesidad de crear un mundo y hacernos creer que todo lo que ocurre en el es real. Para el autor las malas novelas no logran acortar esa enorme brecha entre la ficción y la realidad:   “La mala novela que carece de poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la verdad de la mentira que nos cuenta y esta se ve como una ficción”.
“El poder de la persuasión persigue acortar la distancia que separa la ficción de la realidad, y borrando es frontera, hacer vivir al lector aquella mentira como si fuera la más imperecedera verdad, aquella ilusión la más consistente y sólida descripción de lo real”. (p40)
 
A partir del capítulo IV  MVLL se centra en el aspecto de técnico en la construcción de una novela: El estilo.  Advierte que “el estilo es ingrediente esencial aunque no el único, de la forma novelesca” Pero, aclara que : “no importa nada que un estilo sea correcto o incorrecto; importa que sea eficaz, adecuado a su cometido, que es insuflar una ilusión de vida-de verdad- a las historias que cuenta”.

Esta eficacia depende de dos atributos: la coherencia interna y su carácter de necesidad.  El texto explica: “La historia que cuenta una novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que plasma deber ser coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y vivir”. (p 46)


Todo escritor debe elegir  y organizar las palabras que utilizará,  el lenguaje es un factor decisivo para que las historias  tengan o carezcan de poder de persuasión. Cuando el escritor no logra concretar entre el lenguaje de una historia y  la historia misma aniquila el poder de la persuasión. Por eso el uso del lenguaje debe ser eficaz, no siempre es necesario respetar los cánones impuestos por una generación. Borges, Cortázar, Carpentier desarrollaron su propio estilo así como otros grandes escritores. De una forma didáctica compara los estilos de Borges y García Márquez, destaca de Borges sus manera de adjetivar, sus reverente salidas, sus burla y esa forma sofisticada de resolver los asuntos. Márquez admira su estilo  abundante, sensorial y sensual, con musicalidad y texturas.
Finalmente, el novelista no nace  con un estilo  propio, el estilo se fortalece con escribir  y para lograrlo la lectura ayuda mucho, la buena lectura. Termina la explicación en una sutil sugerencia:   “Si usted quieres serlo,  busque y encuentre su estilo”.


Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

El libro fue publicado por primera vez en 1997. En este ensayo Mario Vargas Llosa nos cuenta, inicialmente, que escribió este libro por recomendación de su editor, quien tenía un proyecto de publicar una colección de textos de diversas disciplinas donde autores veteranos se dirigirían a un supuesto discípulo explicándole sobre los secretos su labor. A pesar que el proyecto no prosperó MVLL trabajó en él hasta culminarlo, pues le permitió la reflexión de un oficio al que venía dedicándose hacía muchos años. 

Parábola de la solitaria, es el primer capítulo. Aquí MVLL explica pacientemente al supuesto discípulo, en este caso el lector- escritor, sobre tres puntos principales: La vocación, la elección de ser escritor y la esclavitud de escribir. 

 “El escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera de vivir” (p12) 

Para el escritor peruano fantasear con historias y fábulas es de lo más cotidiano, las personas siempre inventan situaciones, acciones o reacciones en distintos episodios de su vida. Sin embargo, en ese momento en el que se decide darle vida a todas las historias que circundan su mente estamos ante la vocación literaria. El autor considera que esta vocación es una elección voluntaria, pero agrega después que más que una elección es una acción de rebeldía, que quizá es inconsciente pero necesaria:

 “Estoy convencido de que quien se abandona a la elucubración de vidas distintas a aquella que vive en la realidad manifiesta de esta indirecta manera su rechazo y crítica de la vida tal como es, del mundo real, y su deseo de sustituirlos por aquellos que fabrica con su imaginación y sus deseos”. (pp 15, 16) 

Por otro lado, MVLL sostiene que la ficción “es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla” (p17)

Sin embargo, la ficción no solo queda en el plano no real, muchas veces sobrepasa y trastoca la realidad, he allí la razón por la que gobiernos, o regímenes muestran desconfianzas en las ficciones y han sometido a sensuras. 

Finalmente, MVLL explica que dedicarse a la literatura es asumir una servidumbre, una esclavitud. Compara el oficio de escritor con la de ser víctima de un parásito intestinal: “Tú crees que yo estoy haciendo esas cosas como las haces tú, porque te divierte hacerlo. Pero, te equivocas. Yo las hago para ella, la solitaria (…) que todo en mi vida (…)no los vivo para mí, sino para ese ser que llevo adentro, del que ya no soy más que un sirviente”. (p20) 

El escritor termina el capítulo indicando que la vocación literaria no es un pasatiempo, es una dedicación exclusiva y excluyente, una servidumbre libremente elegida, que hace de sus víctimas(los escritores) unos esclavos. 

 En la siguiente post describiré los capítulos II y III ¿Es la escritura una esclavitud libremente elegida? ¿Qué opinas?
Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios
—Desapareció.

Eso fue lo único que Berenice, la de los cabellos dorados y carita de ángel, me dijo al no encontrar el libro que le presté. La gringa, como solía llamarla Juan, un amigo mío, no me hablaba. Ni siquiera me miraba. Era amiga de los veintiséis compañeros del salón pero a este número veintisiete lo ignoraba por completo, por eso me sorprendí cuando esta mañana, muy discretísimamente, se acercó a pedirme el libro. 

—¿Vas a copiar la tarea? —le pregunté. 
—Sí— contestó y luego me miró como siempre lo hacía: con desprecio, como decía Juan.
—¿Sabes que la estrella más brillante del cielo se llama Sirius? —le pregunté. 
—No. Cómo podría saberlo. —En realidad es una estrella binaria... 
—¿Me vas a presar tu libro sí o no? —me interrumpió. 
—Sí —contesté y le entregué el libro sin poder explicarle lo de la estrella binaria. 
—¡Auch! Reina asesina uno; idiota cero —se burló Juan cuando ella se fue a su lugar. 

Todo el tiempo que Berenice demoró en copiar la tarea me sentí agobiado e impaciente. Las manos me sudaban y mi corazón latía con una intensidad tan incontrolable que me dolía. No tenía idea de qué me estaba pasando y eso me inquietaba aún más. 

—Deja de mirarla; es raro —me dijo Juan—.Trata de fingir indiferencia. 
—No sé cómo hacer mirada de indiferencia. 
—Eres un idiota, Alejandro.

 De pronto, sonó el cambio de hora y apareció el profesor Raúl, un tipo alto y barrigón, siempre con un chistoso mostacho debajo de su nariz. Todos le decían El breve, porque sus explicaciones duraban lo que demora un gas en disiparse. Casi nadie lo entendía y todos le tenían miedo. 

—¡Libros abiertos! —ordenó. Miré con discreción a Berenice como diciéndole: «¡Apúrate!», pero ella, en ese momento, dejó de escribir, levantó la mano y preguntó:
—¿Puedo ir al baño?

Pasó muy cerca de mi asiento y pude percibir ese olor a frutas frescas que tanto me gustaba. Yo creía que Berenice tenía un poder oculto que hacía que los demás no dejaran de verla, pero lo cierto era que ese poder oculto solo funcionaba conmigo. Por suerte, el profesor Raúl se entretuvo revisando los libros de otros compañeros y renegando con ellos lo suficiente como para que Berenice pudiera regresar del baño y me devuelva el libro antes de que fuera mi turno. Cuando pasaron varios minutos, me impacienté más. La gringa no llegaba y yo estaba cada vez más nervioso. Por un momento pensé en ir a recoger mi libro si fuera necesario, pero cuando miré la carpeta de Berenice no lo encontré por ningún lado.

—¿Qué tanto harán las mujeres en el baño? —pregunté en voz alta. 
—Pichi y caca —aseguró Juan. 
—¡Qué asqueroso eres! 
—Sabes que es cierto. Pero a decir verdad, yo creo que el baño para las mujeres es como su nave nodriza, su fuente de poder. Algo bien raro debe pasar allí para que todas quieran ir a cada rato —sentenció.
—Leí en una revista científica que si hubiera puertas dimensionales que conectaran nuestro mundo con otros, estas se ubicarían en lugares discretos e insospechables.
—¿Crees que el baño de niñas es un portal a otro mundo? No lo creía, pero estaba seguro de que las mujeres venían de otro mundo. 
—Cuando era niño mi madre me hizo entrar a uno — confesó Juan. 
—A mí también —admití con culpabilidad. Allí las había visto entrar por una puerta pequeña y desaparecer. —Las mujeres hacían filas largas para entrar a un cuartito pequeño y adentro se escuchaban ruidos extraños. Cuando salían me daban la impresión de que eran otras mujeres. 
—Tal vez hay una especie de puerta dimensional o agujero negro —pensé.
 ¡Y si Berenice cayó en un agujero negro! Dicen que Berenice tiene nombre de vieja, que es malhumorada y una reina asesina. A veces me da miedo. Sé que ha matado tres mariposas que se han posado en la ventana. La molestan porque es flaca como una tabla y pequeña como una niña de primaria. Yo no me preocupo por nada de eso; la profesora de ciencias ya nos había explicado que las mujeres empezarían a cuajarse muy pronto, tanto en cuerpo como en alma. 

Ella tiene dos mejores amigas con las que para de arriba abajo. A las tres les agrada jugar a ser grandes, se pintan las bocas con chupetines de fresa y pasean por los salones del tercer piso. Circula por allí que a ella le gusta Marco, un chico de tercero C. Creo que solo está confundida. ¿Cómo podría gustarle alguien tan viejo?, además ese Marco es un atrevido: ayer lo vi tocando el brazo de Berenice. ¡Yo nunca he tocado el brazo de una niña! Ni quiero hacerlo, pero… ¿Cómo será? Juan, que le ha tomado la mano a una niña cuando ensayaba para la actuación por el Día de la Madre, ha confesado que son suaves y esponjosas. 

—Es como no sentir nada y sentir todo a la vez. Agitada y con el cabello recogido entró Berenice. Me pregunté si era ella o la que salía del agujero negro. La miré y ella también me miró. Sí, era la misma. 
De pronto se levantó y se acercó a mí. Un fortísimo hormigueo arrugó mi cuerpo. 
—Tu libro desapareció. Lo dejé en mi carpeta y ya no está —me dijo con esa rudeza que la caracterizaba. 

Los compañeros, alarmados por el hecho histórico de que Berenice me hablara, iniciaron el escándalo. 
—A ver, ¿qué pasa allí? —preguntó el profesor. 

Berenice le contó la misma historia de ciencia ficción que a mí: que el libro lo había dejado en su carpeta antes de ir al baño pero que ya no estaba.  Mientras relataba los hechos, traté de controlarme. Conté tres, cuatro y pronto hasta diez. Juan me daba palmaditas en la espalda y me decía que no era para tanto, pero lo era. El libro lo había comprado mi madre y solo tenía uno. Todo el salón creyó en Berenice; ella ya se podía graduar de mentirosa profesional. Comenzaron a buscar el libro con esmero, algunos salieron a ver en el pasadizo y otros rebuscaron mochilas. Yo seguía contando y balanceándome de un lado a otro con mayor intensidad. El profesor de los bigotes ridículos pidió a la delegada del salón que buscara a la psicóloga cuanto antes, pero creo que fue demasiado tarde. Berenice hizo mal en acercarse a mí cuando dejé de contar. Le tiré mi cartuchera pesada en su carita de ángel y se puso a llorar. 

—¡Profe, el libro! —exclamó Juan cuando lo encontró cerca al baño de mujeres.
 
***

—Berenice cometió un error y está muy arrepentida de no haber cuidado el libro que le prestaste —me dijo la psicóloga cuando me llevaron a Dirección. 
—Y yo estoy arrepentido de habérselo prestado. 
—¿Solo de eso? 
—De hacerla llorar, también —admití—. ¿Dónde está mi libro?
—Aquí lo tienes, pero pasó algo: alguien, no sabemos cómo, rompió la hoja de la tarea. Cálmate, Alejandro. El profesor Raúl ya lo sabe y nos ha dicho que no hay problema. No te preocupes, es solo una hoja, lo demás está intacto. Dime, ¿cómo te sientes?
—Quiero irme a mi casa. 
—Está bien. Tu mamá no tarda en llegar. 

Regresé al salón cuando la psicóloga comenzó a hablar con mi mamá. Estaba molesto. Quería quedarme para la clase de inglés que tanto me gustaba, pero hacerlo significaba que tendría que ver a Berenice, que seguramente me odiaba más por haberla golpeado. Entre un pensamiento y otro, escuché que Josefina, la hermana menor de Juan, me llamaba en su extraño idioma donde la letra A no existía. 

—¡Olejondro! ¡No te olvides de los chonchitos de tierro! —gritó desde la fila donde formaba.

Me agitó las manos pero yo apenas la saludé. Me fui derechito a sacar mis cosas. Me olvidé que ese día era su cumpleaños y que había prometido regalarle una legión de chanchitos de tierra que tanto nos gustaba sacar del parque. Cuando llegué a mi salón, me dieron ganas de llorar. Por suerte mis compañeros estaban en clase de educación física. Revisé mi libro y lo vi dañado. La mitad de la hoja de la tarea tenía un borrón intenso. Pensé que podría ser una pista del autor del crimen. Lo puse a contraluz y descubrí que había algo escrito; era el nombre de Berenice. 

Por todo lo sucedido esta mañana, llegué hasta aquí, al baño de mujeres, porque tengo la certeza de que sigue aquí el otro trozo de papel. Un escalofrío recorre mi cuerpo con los primeros pasos que doy dentro del lugar. De pronto los azulejos se convierten en las paredes del universo y puedo ver las puertas dimensionales y los agujeros negros. Me sostengo de una estrella pero es inútil. Resbalo. Veo un trozo de papel que flota en la inmensidad del cosmos. Mi cuerpo, que también ha empezado a flotar, se siente atraído por el agujero más próximo. Tengo miedo. Con esfuerzo logro alcanzar ese pedazo de papel. Reconozco que la letra, aunque temblorosa y diminuta, es de Berenice. De inmediato, un calambre asalta mi estómago y me dobla en dos. Confundido por una emergente sensación agradable descubro, poco antes de ser absorbido por el agujero negro, el porqué ella había roto la hoja: Berenice, la reina asesina, la gringa, la que no crece, la que no me mira había circunscrito mi nombre junto al suyo.



Agujero oscuro fue publicado en el libro de cuento Materia Oscura(2019)


Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

¡Amor!, vamos levántate, casi son las siete. Si te levantas ahora tendrás tiempo para organizarte con calma y no estarás renegando como siempre.  Vamos cariño, no me mires y luego te des vuelta. Tienes un largo día hoy. Menudo problema contigo.  Mira todo ese desorden. Ya te había dicho que si vas a trabajar con tus pinturas trata de no arruinar la mesa del comedor. Creo que debes ya organizar un estudio. ¡Qué asco! Estas comiendo estas porquerías que te traen por delivery. 

Dúchate y ponte a limpiar todo. Justo hoy que María no viene. Por cierto, no te conté que la vi el otro día robarse los jabones de almendras que aún me quedan en el tocador, de esos que guardaste debajo del mueble. Te advierto que cuando te acuerdes de ellos ya no habrá ninguno. Le he gritado su vida completita  a esa chica y se ha asustado. ¡Ah! por si fuera poco, también la sorprendí besuqueando a Alonso, el hijo de la pánfila de la vecina. El chico es un eléctrico, con esa cara de no haber pecado en la vida, se la montó en dos segundos a ella. Menudo susto que se llevó, porque creo que me vio. Todavía estoy evaluando si le hago saber a su madre o no. Si sigue así, es mejor que ya no trabaje aquí. Tu cabello ha crecido. Me decías que no te gustaba tenerlo largo, pero te ves bien. Mantenlo así. 

Qué lindo día. Hace un sol increíble. ¿No quieres ir a pasear?  Andas encerrado en casa casi todo el día. La cuarentena fue hace dos años, pero tú sigues encerrado. Por cierto, la doctora, quiere que regreses al grupo, ha dejado tres mensajes. Yo creo que deberías volver, por salud. Además, tener amigos hace bien. Es bueno que hoy tengas que ir a la oficina. Agradezco a mi hermano que te haya apoyado con el empleo. No sabía que tenías tanto talento para las ilustraciones. Quien diría que mis cursos a distancia te servirían.  Por cierto, después del trabajo aprovecha en salir a tomar unos tragos con tus amigos. Relájate un poco.  ¿Cómo estará Eugenia? me gustaría llamarla y conversar como antes, su bebé ya debe estar grande ¿Consiguió otra madrina?

 ¿Te vas sin desayunar?, si no sales con tus amigos aprovecha en comprar alimentos, en esa refrigeradora no hay nada comestible. No te vayas a comer las  galletas de la lat…Te las comiste… Bah. Con suerte no te da salmonela, esas galletas llevan allí casi un año. Tu madre las trajo para tu cumple.  Volviendo al tema de tus amigos, el otro día estuve leyendo la revista que dejó aquella amiga tuya de la editorial. Linda la nena, pero bastante confianzuda.  ¿Tus llaves? Debajo del escritorio, querido.  Y no, claro que no estoy celosa.  Solo que me parece pronto que quiera pasar la noche aquí, conócela un poco más. 

Antes de irte, no olvides la cita con mis padres, mañana. Tranquilo. Cambia esa cara, amor, ya son dos años.  
Ya sabes, me gustan los alelíes.  
Y sí, yo también te echo de menos.
 


Cuento publicado en la revista Collhibrí
Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

Para qué sirven los bigotes del gato? — Mis animales


― ¡Clara! ―llamó tres veces su madre―. ¿Creo que esta chica se ha quedado dormida? Me dijo que tenía mucha tarea. ―comentó para sí misma mientras meneaba, a luz de una vela, la olla con chocolate caliente. Volvió a llamar a su hija desde el primer piso segura de que su voz viajaría a través del tragaluz. 

 En la habitación de Clara, los gritos hicieron eco. Despertó y  desenrolló su cuerpo. Sus ojos felinos miraron el techo y  recordó que era un domingo aburrido. Toda la cuadra se había quedado sin electricidad y los técnicos estaban, desde temprano,  intrincados con un problema en el transformador de luz. Pensó que no valía la pena levantarse cuando advirtió que la habitación estaba a oscuras, dio  vueltas sobre la cama hasta que recordó la tarea que tenía pendiente de la universidad.  Saltó al escritorio.  Encendió la laptop rogando que esta tuviera la suficiente batería para poder iniciar con sus deberes. 
 ―¡Clara! ―Volvió a escuchar que la llamaban pero ella se hizo la sorda, iba a comenzar con una lectura. 
 ― ¡Creo que salió hace rato! ―respondió Marco, su hermano menor, desde otra habitación. 
 ― ¡Estoy aquí! ― indicó ella― Qué tanto griterío, ¡caramba! ―murmuró para sí misma. Le molestaba las  formas arcaicas que tenían los suyos para comunicarse de un piso a otro. 

La habitación de Clara quedaba en el  segundo piso de la casa. Un corredor extenso conectaba  todas las habitaciones y  terminaba en una puerta de madera que separaba el pequeño mundo universitario de Clara de la realidad familiar.  Era el cuarto más grande y el más alejado de toda la casa. Concentrada en su lectura comenzó a sentir los efectos de la luz que emitía la pantalla en la oscuridad. Se frotó los ojos y bostezó. Repentinamente fue sorprendida por un ruido. <<¿Un ratón?>>―pensó. Miró la habitación oscura, al ver que nada se movía volvió a su lectura  pero, minutos después  se repitió el ruido. 

― ¡Creo que la Cleo atrapó a una rata! ―gritó Marco  cuando advirtió un chillido desde su cuarto.

 Cleopatra, la gata que tenían en casa,  que  a veces se las daba de techera y otras veces, de diva. En temporadas de celo, Cleopatra había desarrollado habilidades ninja para defender su honra. Los gatos que invadían el techo de noche caían por los tragaluces luego de horas de inútil cortejo. Además, era una cazadora mortal, los roedores huyeron con la misma velocidad con la que  desaparecieron las codornices de Marco. Cuando la madre de Clara encontró el cementerio de aves en un rincón del techo, la castigó encerrándola en una habitación durante día entero. Desde  aquella vez, Cleopatra  la odia, pero finge muy bien.

 Clara abandonó su lectura y se concentró en el ruido particular de su habitación. Caminó con sigilo, un poco para no tropezar con el desorden y otro para no asustar al intruso.  Husmeó en los cajones de zapatos, el ropero y  el tacho de ropa sucia. Se paseó por el tocador y en un descuido tiró un frasco de  perfume al suelo. La asustó y aquello que estaba en el cuarto correteó de un lado a otro.

 ― ¡Qué pasa con la Cleo! ―gritó Marco cuando escuchó los maullidos intensos de la gata.   De pronto un halo de luz  traspasó las cortinas  y dio a la habitación una apariencia fantasmal. Clara pudo advertir la cola del animal  titilando  de miedo. Gritó.

 ― ¡Jesús! ¡Creo que están matando a mi gata!―replicó la madre desde la cocina.
― ¡Seguro que la Cleo se está  mechando con una  rata! ―gritó Marco. 
 Unos correteos y algunos quejidos más y todo acabó. Abajo, alguien llegó de la calle y saludó. 

 ― ¿A dónde has ido Clara? Pensé que estabas arriba en tu cuarto. ―preguntó la madre. 
― Estuve en casa de Verónica haciendo tareas. ―contestó la joven. 
― Creo que la  gata se ha metido a tu cuarto. Anda llorando desde hace rato.

 En la habitación, Clara frunció el ceño cuando escuchó la conversación. <<¿Con quién habla?>> se preguntó alarmada. Sentada sobre la cama se limpió la cara y  tuvo un mal presentimiento. En ese momento la puerta de la habitación se abrió y  los electricistas culminaron su trabajo. 
 ― ¡Llegó la luz! ―anunció jubilosa la  madre de Clara. Todo se iluminó. 

 Sobre la cama, se miró por el espejo del tocador y decepcionada se reconoció aún melenuda, pequeña, con cola y garras. Clara gritó al encontrar en el piso a un  roedor muerto.  Cleopatra, la miró con desdén y relamió sus garras. <<Algún día>>pensó. Después, saltó al escritorio mientras Clara seguía con sus alaridos de humano.  Se sentó frente a la  computadora y volvió a leer, ese cuento maravilloso  sobre un Axolotl. 


 Publicado en la revista Nocturario 2020
Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

La profesora de danza tenía un grave problema con el baile de sexto grado, pero tenía dos opciones:  dejarlo como estaba, con esa descoordinada alumna que estropeaba su trabajo o retirarla del baile  para que realmente funcione el número. Viendo la premura del tiempo optó por este último, de cualquier forma era la profesora y no había nada más que su autoridad.

 ***

La profesora  sabía que no era su alumna más destacada y a la primera equivocación aprovechó para sacarme del baile que iba a presentarse en el teatro por el aniversario del colegio. Pensé que era una simple llamada de atención pero al finalizar la clase me dio la mala noticia. Yo ya había invitado a mis padres, mi papá había pedido permiso en su trabajo  y mi madre comprado las trenzas de lana que debía ponerme, hasta mis tíos habían confirmado un asiento. Era todo un acontecimiento, era la primera  de la familia que se iba a presentar en un teatro de Lima. Todos estaban orgullosísimos de mí y yo estaba concentradísima… hasta que  frente a mí se sentó Iván para arruinar mis ilusiones de bailarina.



Iván era el niño más inteligente de la clase, en todos los cursos destacaba cosa que me sorprendía porque según Gardner las inteligencias son múltiples, pero Iván era tan bueno que tenía concentrada todas las habilidades del mundo  juntas. Además,  era el niño más bonito y educado que había conocido, saludaba con esmero, te respondía bien y casi siempre mostraba interés cuando le hablabas; era un poco tímido y a veces gracioso. Usaba lentes, pero a través de ellos podía ver una luz que otros no tenían. Cuando sonreía se iluminaba tanto que yo ardía, mis mejillas cachetonas siempre se sonrojaban. Era el niño que toda niña quería llevar a casa para jugar. 

Pero no era la única que se había dado cuenta de las bondades de Iván, otras niñas también pugnaban por tenerlo de amigo, sin embargo Iván no tenía amigas, esas cosas a esa edad no eran normales, los niños no se preocupaban por las niñas como lo hacen ahora, no jugaban con ellas, los varones se entretenían con su chipitaz y las niñas con peinarse y subirse las medias plomas o contar historias sobre  la llorona o la viuda negra, que tanto a mi me asustaban, pues decían que la casa vieja de madera que había en el parque, que yo cruzaba para irme a casa, vivía una de esas mujeres. 

Para el aniversario se preparó varias actividades, además del evento especial que era el retablo de danzas en el teatro, en el que ya no participaba, se  organizó una dramatización. La profesora organizó tal drama griego que logró involucrar a todos en el proyecto. Íbamos a representar  la historia de un  príncipe que  escoge entre la naturaleza a una flor para que viva en el castillo. No había que hacer mucho esfuerzo para saber que el papel de príncipe recayó en  Iván y el de la flor elegida, la violeta, cayó en Diana, otra niña del salón.

-¡Serás una violeta! –exclamaron  emocionadas las compañeras en el baño.
- ¿Y?-contestó encogiendo los hombros. A Diana no le interesaba ser la violeta de Iván. Era una niña de temperamento rudo y hablar tosco. Vi que las mismas niñas corrieron a buscar a la profesora para contarle la respuesta de Diana y pedir un nuevo sorteo. 
- Ella salió sorteada y así no quiera lo hará. -sentenció la maestra. 

Yo andaba preocupada por la popularidad de mi flor.  A las otras niñas les había tocado interpretar flores conocidas como rosas, girasoles, jazmines pero  yo era una amapola. ¡Por dios! ¿Qué era una amapola? ¿Quien conocía a los 11 años lo que era una amapola?


Mi madre que  era nula en  habilidades manuales, tuvo que sufrir confeccionando un traje con papel crepé y mi padre tuvo que cambiar la fecha de su permiso porque ya no había más presentación en el teatro. La puesta de las flores sería en el patio del colegio.  Yo me esforcé por vencer mi timidez y aprenderme esas tres oraciones que conformaban mi diálogo. Durante los ensayos me trababa o me olvidaba el texto. Reconocí en la cara de mi tutora la misma  preocupación que tenía la profesora de danza con mi desempeño. Estaba segura que me iban a sacar también de ese número. Quizá  lo hubiera preferido porque ya no sabía dónde esconder mis manos sudorosas cuando según la escena debía presentarme con soltura frente al príncipe y tomar su mano para despedirme de él. ¡Era para morirme, para morirme y quería renunciar!

Un día, mientras la profesora de danza coordinaba los últimos detalles de su presentación con el elenco, estaba sentada en las gradas del patio mirándolos. Recordé que yo estaba en el elenco y que seguramente había perdido la única oportunidad de presentarme en un teatro. Pensé en mis padres y me dio pena.  Recogí mis piernas y hundí mi cara entre mis brazos. No me había dado cuenta que al lado mío se había sentado Iván. No sé en qué estaba pensando pero solté un escupitajo. Al instante él tocó mi hombro y me preguntó si estaba bien.

-¡No! -dije de inmediato al ver su cara.  Deshice el escupitajo con mi pie y me fui.

La obra de teatro se presentó dos días después. Mis nervios se masificaron cuando mi madre apareció tarde con mi traje de diablo, así lo llamó  mi padre por la cantidad de rojo que había en él. Cuando tocó mi turno mi corazón palpitó escandalosamente. Me acerqué a Iván y pude decir mi diálogo, mientras  hablaba escuché que los niños  preguntaban: ¿Amapola?  ¿es una flor? ¿No conozco esa flor?  Se me hicieron larguísimos los segundos. Al finalizar  temblorosa y resignada le estiré  mi mano, cuando nos saludamos  pude sentir que sus dedos también sufrían de humedes como los míos.

Cuando  Iván se fue del colegio, un año después, no volvió a aparecer un niño como él en clase. Un día, mientras ensayábamos en danza,  recordé el teatro de las flores, el escupitajo y lo recordé a él . Mientras bailaba  se me clarificó todo: Iván me miraba. Quizá, de vez en cuando lo hacía con mayor dedicación que a otras flores.  
Volví a descoordinar pensando en él y la profesora  me volvió a sacar del baile. Por suerte aún faltaba varios meses para el aniversario del colegio.

 
Foto: el día del teatro. 



Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios
Esta mañana mi casa está triste y silenciosa, nadie come, nadie ríe, nadie grita, solo hay un quejido reprimido por todos lados. Volvimos a perder a un ser querido, volvimos a perder.


Solo ha pasado  un año desde que Hidalgo se fue, agua en los pulmones y una infección se lo llevó, a pesar de los medicamentos dados y los cuidados. Se fue un día de miércoles sin despedirse de mí, se fue  sin despedirme de él. Mis hermanos me engañaron, les llamé por la mañana cuando estaba trabajando, pensé que todo estaba bien, que se iba a recuperar y estaría como antes. Al llegar a mi casa, por la noche,  pregunté por él. Uno de mis hermanos me  dio la mala noticia. Subí hasta su cuarto y entonces lo vi, tieso, sin vida.  Era apenas un adolescente.




Cuando Hidalgo murió me pregunté qué debía haber hecho de más  para mantenerlo con vida, el “hubiera” se me hizo tan doloroso y real. Hubiera hecho muchas cosas para que apareciera nuevamente con vida, mirándome con esos ojitos de capulí y meneando la cola que no tenía. Era tan lindo mi Hidalgo que me costaba aceptar que lo había perdido. Sin embargo cuando estuvo vivo ese hubiera no se concretó y  ese hubiera me ha perseguido durante todo este año. Aún me atormenta lo que habrá sentido al momento de morir, se dice que las personas tienen miedo, yo supongo que los animales también.  
Durante mi duelo, para restablecerme rápido, pensé en buscar uno igual y reemplazarlo, ponerle el mismo nombre y  creer que todo iba a volver hacer igual, luego me di cuenta que los sentimientos no serían los mismos. Tal vez yo me acostumbraría a la nueva mascota pero él no me querría como lo hizo Hidalgo.




Cuando mi perro murió mi madre, luego de recuperarse,  pidió a mis hermanos  que no  trajeran a ningún perro más,  que otro dolor así no iba a soportar.  Unos meses después, mi hermano apareció con un cachorrito muy diferente a Hidalgo, lo llamó Túpac. A pesar del temor, solo le bastó al engreído un par de días para que tuviera a toda mi familia alegre. Mi madre lo adoptó, a falta de nietos, lo cuidó y lo consintió. A veces estaba celosa porque con la nueva mascota mi familia había desarrollado  un apego que no había visto con Hidalgo.



Túpac fue creciendo rápidamente, por su contextura iba a ser un perro grande pero además de grande iba a ser muy travieso, opuesto a Hidalgo, quien fue un pero obediente, tímido y cariñoso. Túpac era juguetón, hiperactivo, desobediente. Un completo dolor de cabeza que encantaba. Se hizo querer.
Un día apareció en la puerta un gatito muerto. Mi madre le dijo a uno de mis hermanos que lo recogiera, cuando lo hizo se dio cuenta que no estaba muerto pero iba por ese camino. A pesar de la negativa de mi madre lo curó, lo cuido y el gatito creció.
Tenemos una gata que no tiene nombre, simplemente se llama “La gata vieja” no nos hemos preocupado de buscarle un nombre ni reconocer su raza pero sabemos que no es común. Ella e Hidalgo fueron amigos, crecieron juntos; desde que él nació y desde que ella llegó. Ambos compartieron una amistad silenciosa y sosegada. Ella no puede tener hijos y él no los tuvo. Cuando Hidalgo murió, la gata desapareció unas semanas. Paraba en el techo hasta que apareció Túpac. Nunca se llevaron bien. Túpac hizo el esfuerzo de agradarla pero la actividad del enano  contrastaba con la suya, por eso se llevó mejor con la gata recién llegada, la refugiada, que día a día se recuperaba y se sentía mejor.






La gatita y él  jugaban.  Se veían tan felices a pesar de la desventaja de tamaño.  En algunos días, Túpac  iba a cumplir un año.  Se había acostumbrado a pasar sus tardes con los amigos del barrio. Por la noche se iba a la avenida a esperar a mi hermano que regresaba de estudiar y luego dormía. Esa era su vida, hasta el día de ayer. Como acostumbraba Túpac se fue pero no volvió y lo peor de todo es que nadie se percató de ello.
En la mañana sus acostumbrados saltos nos fueron ausentes, entonces lo empezamos a buscar. Todos pensábamos que se había vuelto a fugar como ya antes lo había hecho, una noche lo buscamos hasta la madrugada y no lo encontramos. Como a las cuatro rasgó la puerta para que lo abrieran. Recibió su gritada pero eso fue todo.  Pensamos que había ocurrido lo mismo. Mi mamá estaba renegando porque no estuvimos pendiente de él.
Como al medio día, bajé de mi cuarto después de limpiar y pregunté si habían encontrado a Túpac.
-Sí, estaba en la avenida.
-¿Dónde está ahora?
 -Está muerto. Lo han atropellado -Mi hermano tenía los ojos llorosos, entonces supe que no era una broma suya.

En ese momento sentí lo mismo que cuando me enteré que Hidalgo murió, ese bendito “hubiera” volvió a rondar en mi cabeza: le hubiera dado de comer, hubiera salido a buscarlo anoche, me hubiera ido a dormir asegurándome que estaba en casa...lo hubiera querido más…hubiera….
Seguramente Túpac  se fue a buscar a mi hermano, pero él no había salido, estaba durmiendo. Lo esperó y al querer regresar ocurrió la tragedia.  Está vez tampoco pude despedirme, la última vez que lo vi  fue la noche anterior.  Lo que me mata de su perdida es que fue tan breve la alegría, y tan larga será su ausencia. También me destruye pensar en su sufrimiento, si el dolor fue demasiado o simplemente no hubo tiempo de tener miedo. Espero desde el fondo de mi corazón que sea lo último, y  que no haya esperado en vano que fuéramos ayudarlo.

Adiós… querido Túpac.



Share
Tweet
Pin
Share
2 comentarios

Primaria de mi niñez,  mis peores recuerdos.


Mi mayor problema de niña era recordar donde dejaba  las cosas y uno de los grandes misterios de la vida,  en mi casa, no era precisamente saber qué hacía mi padre para entregarle el diario de los alimentos a mi madre en época de inflación sino era saber dónde dejaba guardada las medias del colegio.

Esas tripas plomas  eran mi martirio todas las mañanas. Antes, en inicial, lo habían sido las gallinas que mi mamá me ponía en la cabeza. Según su visión sincrética del mundo mis pilimilis pasaron a tener forma de gallinas  y mi cabello era su nido. A veces pienso que mi madre era la culpable. Me ponía tantos adornos en la cabeza y en los pies que terminaba olvidándolos a propósito.  En el momento preciso las gallinas no aparecían, ni cacaraqueaban, ni se preocupaban por su nido. Iba de un lado a otro sonando mis zapatitos de charol negro como si bailara un desordenado tap. Mi madre estallaba en cólera y a veces, con suerte, estallaba de risa. Ya en primaria dejé las gallinas por los pilimilis en forma caramelos. Me amarraba con ellos las puntas de las trenzas y por eso no se perdían, porque me dormía con las trenzas y los caramelos estaban allí, en el mismo lugar cuando despertaba.  

Cuando iba  en segundo grado  mis preocupaciones volvieron. Todas las mañanas no podía cumplir con el uniforme porque las benditas medias plomas desaparecían. Me cansaba de buscarlas, mi mamá se cansaba de decirme que las buscara y  mi  papá se cansaba de buscarlos conmigo.  Debajo de la cama, dentro de los zapatos, dentro del ropero, en la cómoda, en la cartuchera, en la mochila, en los muebles de mis hermanos, en el baño o quizá en la cocina, las buscaba en todos lados pero estas no aparecían. Mi mamá, como era mi mamá,  corría a la tienda y me compraba unas nuevas amenazando que era la última vez, pero siempre me las ingeniaba para que me las volviera a comprar. <¡Guarda esas medias!>gritaba y yo le prometía que las guardaría. 

Un día, como siempre,  no las encontré. Recordaba que las  había guardado bien precisamente porque  en la última amenaza de mi madre, ella estuvo muy enojada.  Las guardé pensando que era un lugar seguro. Cuan seguro había sido que no recordaba dónde las había dejado.  Después de buscarlas por varios minutos, a punta de los gritos de mamá,  apareció una, con expresión culpable.<-¿Donde esta tu hermanita?>le susurré y me la metí por debajo de la camisa para no perderla. 

-   ¿Has buscado en tu lonchera?-preguntó mi mamá. 

Torcí la cabeza ¿cómo pensaba que lo iba a guardar allí? De todos modos me obligó a buscar en mi lonchera y en mi mochila, pero no encontré nada. 
Ya casi eran las ocho y mi madre me dio dos opciones:  ir con una media e imponer una nueva modas a mis siete años o padecer las miradas de mis malditas compañeras de colegio cuando me vieran sin medias.  Como mi mamá, era mi mamá, me mandó sin medias.

En el colegio no acostumbraban hacer formación general los días de semana, solo los lunes y  ese día no era lunes pero por alguna razón al director se le ocurrió fastidiarme la vida. Ya era terrible que mi profesora me mirara con cara de haberse comido una cucaracha como para que  las  otras mises del colegio le dieran el pésame por tener a una  alumna como yo.

- ¡Qué vergüenza!- replicó una compañera. La misma que se encargó de enterar a todos  los estudiantes del colegio sobre el calzón húmedo de Lita.

Ya en clase, la profesora ordenó que sacáramos los cuadernos y cartucheras para comenzar con el dictado. El cuaderno salió pero la cartuchera… allá estaba, en mi casa, sobre algún mueble seguramente. ¡Lo había sacado para buscar la media! Revisé el bolsillo pequeño de mi mochila, metí la  mano para encontrar un lápiz con que escribir y entonces sentí un bulto esponjoso,  salió  entre mis dedos la tripa ploma perdida. Me molesté. No era otra cosa que brujería. No había otra explicación. ¡Yo lo había buscado tres  veces en ese lugar!
Escondí la media lamentándome no escuchar las palabras de mi mamá. Lo último que dijo, cuando salí rumbo al colegio, avergonzada y media llorosa, fue:
-  Llévate la media, tal vez encuentres la otra en tu mochila.

No la llevé y no lo hice porque  ya no recordaba  dónde  había puesto la otra.







Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

 Este era el  mágico lapicero de diez colores que, en mi niñez,  era el arma más preciada de toda  colegiala. Y reafirmo lo de mágico porque de la noche a la mañana te podía cambiar el estatus de  desconocida  a convertirte en una de las más populares y asediadas del salón. Así, a mis nueve años me vi envuelta en una conspiración  de proporciones inimaginables que amenazaba la paz mundial  de mi salón. 

Jennifer era esa niña que lo tenía  todo: la cartuchera  escarchada, los lapiceros perfumados, los colores importados-que su papá se los había traído de Estados Unidos- los borradores mágicos y otros  artilugios para captar la atención de las demás.  Mientras una tenía la cartuchera simple y los lapiceros necesarios marca Novo´para escribir. Años más tarde, comprendería que en la sociedad  hay una  mala distribución de las  riqueza, sin embargo en cuarto grado pensaba que mis padres eran malos.

Un día Jennifer apareció con algo colgado del pecho, le habían comprado ese famoso y codiciado lapicero de diez colores. La envidia de las demás se incrementó hasta niveles insospechados, debo admitir que yo también lo sentí pero me contuve. Mi madre me había educado bien. Sin embargo el problema  se acrecentó cuando nos sentaron juntas. Jennifer no hacía más que  presumir su lapicero. Le pedí a mi madre que me  comprara uno de esos  pero como estaba empeñada en hacerme una mujer independiente y ahorrativa  no se le ocurrió mejor idea que solventará con mis propinas aquel antojo,  para ella era un antojo pero para mí significaba la supervivencia en mi salón.

Después de algunos días de vivir en la sombras, una mañana el lapicero  apareció solo, maltratado y abandonado por su dueño.  Claro, Jennifer  ya tenía otro. Lo pensó varias veces,  ¿por qué no darle un poco cariño?, al fin y al cabo ya nadie lo quería. Pero mi madre un millón de veces me había dicho que no llevara a casa  algo que no fuera mío, entonces se lo reporté a mi profesora. Ella lo guardó  en el frasco del olvido y allí estuvo una semana. Noté que el lapicero se entristecía con el tiempo, casi perdía su color y  su magia estaba siendo desperdiciada cuando yo podía cuidar de él. Volví a contar mis propinas, aún faltaban muchas para comprar uno propio. Entonces se me ocurrió olvidar  mis lapiceros a propósito.

-     - Aquí hay un lapicero- dijo la miss  cuando me dio el de diez colores-. Nadie lo ha reclamado, puedes utilizarlo por hoy. - era tal cual lo había calculado. Al fin era mío, al menos por unas horas. Fue mágico poder escribir con él, eso de cambiar los colores a cada rato era maravilloso. Descubrí como era el color anaranjado, morado, rosado y verde en lapicero. 

-       -   ¿Me puedo llevar el lapicero a mi casa?- le pregunté a la miss. Ella lo  pensó un rato y luego me dio el permiso.  

Era la niña más feliz de mundo hasta que  Paul, el niño más tarado de mi clase, me acusó de  habérmelo robado. Como se imaginarán se armó el Armagedón. Jennifer me acusó,  acusó a la miss, acusó a  Paul, y a todos los que pudo acusar con su mamá y su mamá  con el director.  Todo terminó con un jalón de orejas de mi madre y una última advertencia. 

Unas semanas después junté suficiente dinero para comprarme mi propio lapicero. Cuando estuve escogiendo el modelo más bonito sentí que el encanto se había esfumado.  Miré los lapiceros Novo, todos estaban quietecitos y tristes, sin que nadie quisiera comprarlos porque eran feos. Finalmente decidí comprarme dos lapiceros Novo, un lápiz calaverita y una salchipapa con sangrecita, que la señora del colegio preparaba bien rico (luego me escandalicé porque descubrí que en verdad era SANGRE, pero eso es otra historia).  

Al día siguiente, Paulina se sentó conmigo, conversamos algo y cuando comenzó el dictado sacó su hermoso lapicero de ocho colores. Era el lapicero más hermoso que había visto porque en la parte de arriba tenía un plástico en forma de diamante. Resignada saqué mis lapiceros Novo y me puse a escribir.  Luego entendí que la vida es así, saber elegir el  lapicero necesario para tu vida, a pesar de los lapiceros de diez colores que puedan aparecer en el camino  ¿no?

Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

El sorprendente desenlace del misterio del "asesino de gatos" de ...


El tío Alberto era biólogo y tenía una especialización en zoobiología. Amaba a los animales especialmente si estos eran parte de sus experimentos.  Amaba  a las mujeres especialmente si estas también  ayudaban en sus experimentos. En su laboratorio, según cuenta la leyenda, tenía estantes llenos con frascos etiquetados con partes de animales exóticos, cerebros congelados,  sistemas digestivo disecado, algunos roedores en observación, según él todos con gran valor científico. También había un lugar para sus propias mascotas: un  hámster, tres tarántulas y dos peces. Tenía una veterinaria y todos hablaban bien de él, hasta yo había llevado a mi gato cuando intentaron asesinarlo. Aquello fue un caso sin resolver.  

La veterinaria  se ubicada en un barrio de mala fama,  en el segundo piso de una casona vieja y miserable, con una bodeguita en la primera planta y una licorería al costado. Subí  por una estrecha escalera que daba directo a la calle. Afuera un letrero mediano y misio, con unos dibujos de un perro y un gato era la única propaganda que había del local.

El local era un cuarto de tres por dos dividido por una madera simple y pintada de celeste pálido. Tenía dos muebles  y una esquinera. A unos pasos de allí había un escritorio para una recepcionista que nunca existió. En la salita de estar Alberto demostraba su extravagante gusto por los animales: en la pared del lado derecho estaba colgada una descomunal cabeza disecada de  jabalí,  con la que uno  podía perder hasta el alma; y por  la izquierda  la cara de pánico de un gato montés  te hacía  preguntarte  si estabas en el lugar correcto. Además en esa sala existía una variedad de otras cosas raras. Se podía encontrar desde falsedades realmente absurdas  como aquel   camafeo  bañado  en  oro lila que exponía en una vitrina y que Alberto juraba y perjuraba que era un objeto valiosísimo que había obtenido de un comerciante inglés, que había viajado por  tierras místicas y había conseguido tamaña reliquia como obsequio de un princesa oriental al salvarle la vida, pero que sin mayor remordimiento en un momento de borrachera lo había apostado. ¡Bah!  Quizá sí había verdaderas obras de arte, como esa esquinera  de la época victoriana auténtica que Alberto la tenía irresponsablemente en un rincón  sin el mayor cuidado. Su sobrina, luego de comprobar la autenticidad  del objeto y de un  florero italiano finísimo del siglo XVIII  le pidió de mil formas a su tío que se los regalara pero él no aceptó. Una vez, de tanta insistencia Alberto le prometió dejársela  como herencia cuando muriera. Desde ese día secretamente su sobrina  esperaba ese momento.


Mi gato era de esos felinos  garbosos, astutos,  respetuoso de todas las formas de cortesía que había entre humanos y animales. Era un cazador nato, roedor que aparecía  era velozmente ajusticiado.  Era el guardián de mi casa respecto a eso menesteres por eso de vez en cuando la vecina  lo pedía prestado pero no había necesidad, también ayudaba  a los desvalidos. Tenía un discípulo, un gato callejero que iba  a todos lados con  él  los últimos meses. Ambos techeaban en las noches frías y solitarias. No había tenido descendencia, al menos no lo sabíamos pero eso en realidad era  un tema muy espinoso, mi familia no ha querido hablar sobre la sexualidad de nuestro felino pero hace mucho, muchos años, alguna vez amo a otro gato.

Un mañana, agotado por la turbulenta noche, descansaba en el patio de la vecina cuando sorpresivamente  fue atacado por ese  monstruoso animal   que esa familia tenia como mascota. Dijeron que había  sido una pelea inocente, que estaban jugando, pero  mi gato  quedó con el hocico partido.  Alarmada lo llevé hasta la veterinaria para que lo atendieran, sin embargo cuando  conocí a  Alberto,  mi gato desapareció de mis preocupaciones.
Por suerte sobrevivió. Interesado por él, Alberto me llamaba todas las noches pero cuando iba  a la veterinaria hacíamos  todo menos preocuparnos por el gato. Tuvimos una relación basada en llamadas nocturnas,  experiencias felinas y otras cosas más hasta que día mi gato se fue y  Alberto no me llamó nunca más.









Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios


Tenía ocho años cuando ingresé a tercer grado. Fue algo difícil  crecer  porque antes, cuando estabas en segundo  grado una tenía licencia para no hacer ciertas cosas porque estaba mamá para hacerlas y justificarlas por ti. Pero a los ocho,  una debía comenzar  a asumir responsabilidades y a fortalecer la autonomía. Para lograr ambas cosas en mí, no se le ocurrió mejor idea a mi madre que autorizarme a ir  y venir sola del colegio.

Otras de las cosas que cambiaron en ese año fue la presencia de más estudiantes. A mí me era difícil hacer amigos, los pocos niños que habían en el aula apenas me conocían (eso que llevaba ya tres años estudiando con ellos)  y con esta nueva migración yo pasé al olvido. Sin embargo las peores cosas que ocurrieron  en ese tercer grado no  me pasaron a mí, sino a Lita Patiño,  una de las niñas nuevas.

Lita, con su piel blanca como la leche, su naricita respingada y sus rizos pietros y negrísimos  olía a calzón húmedo y no era porque tuviera la manía de ponerse la prenda interior sin secar sino por otras razones que, según decía la profesora, eran irremediablemente fisiológicas. La verdad era que a esa edad yo no comprendí bien que significaba eso.



Lita sufrió irremediable las burlas de los demás. No pudo hacerse mayor. No asumió las responsabilidades de llegar temprano, de ir clase una semana continua, de hacer las tareas ni mucho menos de controlar su cuerpo. La sociedad primariosa del tercer grado nunca comprendió porque mientras algunos crecíamos ella no lo hizo. Nadie, ni nuestros padres ni nuestros maestros nos explicaron que cuando un niño sufría de maltratos y abandono,  su cuerpo así como su alma, no podían crecer. Lita nunca fue mi amiga, y no porque oliera a calzón húmedo sino porque  padeció las miradas acusadoras de todos. Yo tenía suficiente con mi propio peso y la tristeza que desde pequeña me acompañó. 
Lo último que recuerdo de ella fue que le aconsejaron, las niñas de bien, bañarse con flores aromáticas o perfumes, le dieron una receta que entre todas redactaron. Pero nada sirvió pues a pesar de usar perfume ese  olor estaba impregnada en ella como recordatorio de todos sus miedos internos y de toda su soledad.




Share
Tweet
Pin
Share
No comentarios

Entradas populares

  • Lapicero de diez colores
     Este era el  mágico lapicero de diez colores que, en mi niñez,  era el arma más preciada de toda  colegiala. Y reafirmo lo de mágico por...
  • La tripa ploma que no aparece
    Primaria de mi niñez,  mis peores recuerdos. Mi mayor problema de niña era recordar donde dejaba  las cosas y uno de los grande...
  • GARRAS -CUENTO
    El tío Alberto era biólogo y tenía una especialización en zoobiología. Amaba a los animales especialmente si estos eran parte de sus ex...

Contador de visitas

Follow Us

  • facebook
  • instagram

Labels

  • ANÉDOCTAS
  • CUENTOS
  • RESEÑAS

recent posts

Blog Archive

  • octubre 2020 (2)
  • julio 2020 (3)
  • junio 2020 (2)
  • agosto 2016 (1)
  • julio 2016 (1)
  • febrero 2016 (1)
  • enero 2016 (1)
  • octubre 2015 (2)

Created with by BeautyTemplates