—Desapareció.
Eso fue lo único que Berenice, la
de los cabellos dorados y carita de ángel, me dijo al no encontrar el libro que
le presté. La gringa, como solía llamarla Juan, un amigo mío, no me hablaba. Ni
siquiera me miraba. Era amiga de los veintiséis compañeros del salón pero a
este número veintisiete lo ignoraba por completo, por eso me sorprendí cuando
esta mañana, muy discretísimamente, se acercó a pedirme el libro.
—¿Vas a copiar la tarea? —le
pregunté.
—Sí— contestó y luego me miró
como siempre lo hacía: con desprecio, como decía Juan.
—¿Sabes que la estrella más brillante del
cielo se llama Sirius? —le pregunté.
—No. Cómo podría saberlo. —En
realidad es una estrella binaria...
—¿Me vas a presar tu libro sí o
no? —me interrumpió.
—Sí —contesté y le entregué el
libro sin poder explicarle lo de la estrella binaria.
—¡Auch! Reina asesina uno; idiota
cero —se burló Juan cuando ella se fue a su lugar.
Todo el tiempo que Berenice
demoró en copiar la tarea me sentí agobiado e impaciente. Las manos me sudaban
y mi corazón latía con una intensidad tan incontrolable que me dolía. No tenía
idea de qué me estaba pasando y eso me inquietaba aún más.
—Deja de mirarla; es raro —me
dijo Juan—.Trata de fingir indiferencia.
—No sé cómo hacer mirada de
indiferencia.
—Eres un idiota, Alejandro.
De
pronto, sonó el cambio de hora y apareció el profesor Raúl, un tipo alto y
barrigón, siempre con un chistoso mostacho debajo de su nariz. Todos le decían
El breve, porque sus explicaciones duraban lo que demora un gas en disiparse.
Casi nadie lo entendía y todos le tenían miedo.
—¡Libros abiertos! —ordenó. Miré
con discreción a Berenice como diciéndole: «¡Apúrate!», pero ella, en ese
momento, dejó de escribir, levantó la mano y preguntó:
—¿Puedo ir al baño?
Pasó muy cerca de mi asiento y pude percibir
ese olor a frutas frescas que tanto me gustaba. Yo creía que Berenice tenía un
poder oculto que hacía que los demás no dejaran de verla, pero lo cierto era
que ese poder oculto solo funcionaba conmigo. Por suerte, el profesor Raúl se
entretuvo revisando los libros de otros compañeros y renegando con ellos lo
suficiente como para que Berenice pudiera regresar del baño y me devuelva el
libro antes de que fuera mi turno. Cuando pasaron varios minutos, me impacienté
más. La gringa no llegaba y yo estaba cada vez más nervioso. Por un momento
pensé en ir a recoger mi libro si fuera necesario, pero cuando miré la carpeta
de Berenice no lo encontré por ningún lado.
—¿Qué tanto harán las mujeres en el baño?
—pregunté en voz alta.
—Pichi y caca —aseguró Juan.
—¡Qué asqueroso eres!
—Sabes que es cierto. Pero a
decir verdad, yo creo que el baño para las mujeres es como su nave nodriza, su
fuente de poder. Algo bien raro debe pasar allí para que todas quieran ir a
cada rato —sentenció.
—Leí en una revista científica
que si hubiera puertas dimensionales que conectaran nuestro mundo con otros,
estas se ubicarían en lugares discretos e insospechables.
—¿Crees que el baño de niñas es un portal a
otro mundo? No lo creía, pero estaba seguro de que las mujeres venían de otro
mundo.
—Cuando era niño mi madre me hizo
entrar a uno — confesó Juan.
—A mí también —admití con
culpabilidad. Allí las había visto entrar por una puerta pequeña y desaparecer.
—Las mujeres hacían filas largas
para entrar a un cuartito pequeño y adentro se escuchaban ruidos extraños.
Cuando salían me daban la impresión de que eran otras mujeres.
—Tal vez hay una especie de
puerta dimensional o agujero negro —pensé.
¡Y si Berenice cayó en un agujero
negro! Dicen que Berenice tiene nombre de vieja, que es malhumorada y una reina
asesina. A veces me da miedo. Sé que ha matado tres mariposas que se han posado
en la ventana. La molestan porque es flaca como una tabla y pequeña como una
niña de primaria. Yo no me preocupo por nada de eso; la profesora de ciencias
ya nos había explicado que las mujeres empezarían a cuajarse muy pronto, tanto
en cuerpo como en alma.
Ella tiene dos mejores amigas con
las que para de arriba abajo. A las tres les agrada jugar a ser grandes, se
pintan las bocas con chupetines de fresa y pasean por los salones del tercer
piso. Circula por allí que a ella le gusta Marco, un chico de tercero C. Creo
que solo está confundida. ¿Cómo podría gustarle alguien tan viejo?, además ese
Marco es un atrevido: ayer lo vi tocando el brazo de Berenice. ¡Yo nunca he
tocado el brazo de una niña! Ni quiero hacerlo, pero… ¿Cómo será? Juan, que le
ha tomado la mano a una niña cuando ensayaba para la actuación por el Día de la
Madre, ha confesado que son suaves y esponjosas.
—Es como no sentir nada y sentir
todo a la vez. Agitada y con el cabello recogido entró Berenice. Me pregunté si
era ella o la que salía del agujero negro. La miré y ella también me miró. Sí,
era la misma.
De pronto se levantó y se acercó
a mí. Un fortísimo hormigueo arrugó mi cuerpo.
—Tu libro desapareció. Lo dejé en
mi carpeta y ya no está —me dijo con esa rudeza que la caracterizaba.
Los compañeros, alarmados por el
hecho histórico de que Berenice me hablara, iniciaron el escándalo.
—A ver, ¿qué pasa allí? —preguntó
el profesor.
Berenice le contó la misma
historia de ciencia ficción que a mí: que el libro lo había dejado en su
carpeta antes de ir al baño pero que ya no estaba. Mientras relataba los hechos,
traté de controlarme. Conté tres, cuatro y pronto hasta diez. Juan me daba
palmaditas en la espalda y me decía que no era para tanto, pero lo era. El
libro lo había comprado mi madre y solo tenía uno. Todo el salón creyó en
Berenice; ella ya se podía graduar de mentirosa profesional. Comenzaron a
buscar el libro con esmero, algunos salieron a ver en el pasadizo y otros
rebuscaron mochilas. Yo seguía contando y balanceándome de un lado a otro con
mayor intensidad. El profesor de los bigotes ridículos pidió a la delegada del
salón que buscara a la psicóloga cuanto antes, pero creo que fue demasiado
tarde. Berenice hizo mal en acercarse a mí cuando dejé de contar. Le tiré mi
cartuchera pesada en su carita de ángel y se puso a llorar.
—¡Profe, el libro! —exclamó Juan
cuando lo encontró cerca al baño de mujeres.
***
—Berenice cometió un error y está
muy arrepentida de no haber cuidado el libro que le prestaste —me dijo la
psicóloga cuando me llevaron a Dirección.
—Y yo estoy arrepentido de
habérselo prestado.
—¿Solo de eso?
—De hacerla llorar, también
—admití—. ¿Dónde está mi libro?
—Aquí lo tienes, pero pasó algo:
alguien, no sabemos cómo, rompió la hoja de la tarea. Cálmate, Alejandro. El
profesor Raúl ya lo sabe y nos ha dicho que no hay problema. No te preocupes,
es solo una hoja, lo demás está intacto. Dime, ¿cómo te sientes?
—Quiero irme a mi casa.
—Está bien. Tu mamá no tarda en
llegar.
Regresé al salón cuando la
psicóloga comenzó a hablar con mi mamá. Estaba molesto. Quería quedarme para la
clase de inglés que tanto me gustaba, pero hacerlo significaba que tendría que
ver a Berenice, que seguramente me odiaba más por haberla golpeado. Entre un
pensamiento y otro, escuché que Josefina, la hermana menor de Juan, me llamaba
en su extraño idioma donde la letra A no existía.
—¡Olejondro! ¡No te olvides de
los chonchitos de tierro! —gritó desde la fila donde formaba.
Me agitó las manos pero yo apenas la saludé.
Me fui derechito a sacar mis cosas. Me olvidé que ese día era su cumpleaños y
que había prometido regalarle una legión de chanchitos de tierra que tanto nos
gustaba sacar del parque. Cuando llegué a mi salón, me dieron ganas de llorar.
Por suerte mis compañeros estaban en clase de educación física. Revisé mi libro
y lo vi dañado. La mitad de la hoja de la tarea tenía un borrón intenso. Pensé
que podría ser una pista del autor del crimen. Lo puse a contraluz y descubrí
que había algo escrito; era el nombre de Berenice.
Por todo lo sucedido esta mañana,
llegué hasta aquí, al baño de mujeres, porque tengo la certeza de que sigue
aquí el otro trozo de papel. Un escalofrío recorre mi cuerpo con los primeros
pasos que doy dentro del lugar. De pronto los azulejos se convierten en las
paredes del universo y puedo ver las puertas dimensionales y los agujeros
negros. Me sostengo de una estrella pero es inútil. Resbalo. Veo un trozo de
papel que flota en la inmensidad del cosmos. Mi cuerpo, que también ha empezado
a flotar, se siente atraído por el agujero más próximo. Tengo miedo. Con
esfuerzo logro alcanzar ese pedazo de papel. Reconozco que la letra, aunque
temblorosa y diminuta, es de Berenice. De inmediato, un calambre asalta mi
estómago y me dobla en dos. Confundido por una emergente sensación agradable
descubro, poco antes de ser absorbido por el agujero negro, el porqué ella había
roto la hoja: Berenice, la reina asesina, la gringa, la que no crece, la que no
me mira había circunscrito mi nombre junto al suyo.
Agujero oscuro fue publicado en el libro de cuento Materia Oscura(2019)
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