AGUJERO NEGRO

by - julio 03, 2020

—Desapareció.

Eso fue lo único que Berenice, la de los cabellos dorados y carita de ángel, me dijo al no encontrar el libro que le presté. La gringa, como solía llamarla Juan, un amigo mío, no me hablaba. Ni siquiera me miraba. Era amiga de los veintiséis compañeros del salón pero a este número veintisiete lo ignoraba por completo, por eso me sorprendí cuando esta mañana, muy discretísimamente, se acercó a pedirme el libro. 

—¿Vas a copiar la tarea? —le pregunté. 
—Sí— contestó y luego me miró como siempre lo hacía: con desprecio, como decía Juan.
—¿Sabes que la estrella más brillante del cielo se llama Sirius? —le pregunté. 
—No. Cómo podría saberlo. —En realidad es una estrella binaria... 
—¿Me vas a presar tu libro sí o no? —me interrumpió. 
—Sí —contesté y le entregué el libro sin poder explicarle lo de la estrella binaria. 
—¡Auch! Reina asesina uno; idiota cero —se burló Juan cuando ella se fue a su lugar. 

Todo el tiempo que Berenice demoró en copiar la tarea me sentí agobiado e impaciente. Las manos me sudaban y mi corazón latía con una intensidad tan incontrolable que me dolía. No tenía idea de qué me estaba pasando y eso me inquietaba aún más. 

—Deja de mirarla; es raro —me dijo Juan—.Trata de fingir indiferencia. 
—No sé cómo hacer mirada de indiferencia. 
—Eres un idiota, Alejandro.

 De pronto, sonó el cambio de hora y apareció el profesor Raúl, un tipo alto y barrigón, siempre con un chistoso mostacho debajo de su nariz. Todos le decían El breve, porque sus explicaciones duraban lo que demora un gas en disiparse. Casi nadie lo entendía y todos le tenían miedo. 

—¡Libros abiertos! —ordenó. Miré con discreción a Berenice como diciéndole: «¡Apúrate!», pero ella, en ese momento, dejó de escribir, levantó la mano y preguntó:
—¿Puedo ir al baño?

Pasó muy cerca de mi asiento y pude percibir ese olor a frutas frescas que tanto me gustaba. Yo creía que Berenice tenía un poder oculto que hacía que los demás no dejaran de verla, pero lo cierto era que ese poder oculto solo funcionaba conmigo. Por suerte, el profesor Raúl se entretuvo revisando los libros de otros compañeros y renegando con ellos lo suficiente como para que Berenice pudiera regresar del baño y me devuelva el libro antes de que fuera mi turno. Cuando pasaron varios minutos, me impacienté más. La gringa no llegaba y yo estaba cada vez más nervioso. Por un momento pensé en ir a recoger mi libro si fuera necesario, pero cuando miré la carpeta de Berenice no lo encontré por ningún lado.

—¿Qué tanto harán las mujeres en el baño? —pregunté en voz alta. 
—Pichi y caca —aseguró Juan. 
—¡Qué asqueroso eres! 
—Sabes que es cierto. Pero a decir verdad, yo creo que el baño para las mujeres es como su nave nodriza, su fuente de poder. Algo bien raro debe pasar allí para que todas quieran ir a cada rato —sentenció.
—Leí en una revista científica que si hubiera puertas dimensionales que conectaran nuestro mundo con otros, estas se ubicarían en lugares discretos e insospechables.
—¿Crees que el baño de niñas es un portal a otro mundo? No lo creía, pero estaba seguro de que las mujeres venían de otro mundo. 
—Cuando era niño mi madre me hizo entrar a uno — confesó Juan. 
—A mí también —admití con culpabilidad. Allí las había visto entrar por una puerta pequeña y desaparecer. —Las mujeres hacían filas largas para entrar a un cuartito pequeño y adentro se escuchaban ruidos extraños. Cuando salían me daban la impresión de que eran otras mujeres. 
—Tal vez hay una especie de puerta dimensional o agujero negro —pensé.
 ¡Y si Berenice cayó en un agujero negro! Dicen que Berenice tiene nombre de vieja, que es malhumorada y una reina asesina. A veces me da miedo. Sé que ha matado tres mariposas que se han posado en la ventana. La molestan porque es flaca como una tabla y pequeña como una niña de primaria. Yo no me preocupo por nada de eso; la profesora de ciencias ya nos había explicado que las mujeres empezarían a cuajarse muy pronto, tanto en cuerpo como en alma. 

Ella tiene dos mejores amigas con las que para de arriba abajo. A las tres les agrada jugar a ser grandes, se pintan las bocas con chupetines de fresa y pasean por los salones del tercer piso. Circula por allí que a ella le gusta Marco, un chico de tercero C. Creo que solo está confundida. ¿Cómo podría gustarle alguien tan viejo?, además ese Marco es un atrevido: ayer lo vi tocando el brazo de Berenice. ¡Yo nunca he tocado el brazo de una niña! Ni quiero hacerlo, pero… ¿Cómo será? Juan, que le ha tomado la mano a una niña cuando ensayaba para la actuación por el Día de la Madre, ha confesado que son suaves y esponjosas. 

—Es como no sentir nada y sentir todo a la vez. Agitada y con el cabello recogido entró Berenice. Me pregunté si era ella o la que salía del agujero negro. La miré y ella también me miró. Sí, era la misma. 
De pronto se levantó y se acercó a mí. Un fortísimo hormigueo arrugó mi cuerpo. 
—Tu libro desapareció. Lo dejé en mi carpeta y ya no está —me dijo con esa rudeza que la caracterizaba. 

Los compañeros, alarmados por el hecho histórico de que Berenice me hablara, iniciaron el escándalo. 
—A ver, ¿qué pasa allí? —preguntó el profesor. 

Berenice le contó la misma historia de ciencia ficción que a mí: que el libro lo había dejado en su carpeta antes de ir al baño pero que ya no estaba.  Mientras relataba los hechos, traté de controlarme. Conté tres, cuatro y pronto hasta diez. Juan me daba palmaditas en la espalda y me decía que no era para tanto, pero lo era. El libro lo había comprado mi madre y solo tenía uno. Todo el salón creyó en Berenice; ella ya se podía graduar de mentirosa profesional. Comenzaron a buscar el libro con esmero, algunos salieron a ver en el pasadizo y otros rebuscaron mochilas. Yo seguía contando y balanceándome de un lado a otro con mayor intensidad. El profesor de los bigotes ridículos pidió a la delegada del salón que buscara a la psicóloga cuanto antes, pero creo que fue demasiado tarde. Berenice hizo mal en acercarse a mí cuando dejé de contar. Le tiré mi cartuchera pesada en su carita de ángel y se puso a llorar. 

—¡Profe, el libro! —exclamó Juan cuando lo encontró cerca al baño de mujeres.
 
***

—Berenice cometió un error y está muy arrepentida de no haber cuidado el libro que le prestaste —me dijo la psicóloga cuando me llevaron a Dirección. 
—Y yo estoy arrepentido de habérselo prestado. 
—¿Solo de eso? 
—De hacerla llorar, también —admití—. ¿Dónde está mi libro?
—Aquí lo tienes, pero pasó algo: alguien, no sabemos cómo, rompió la hoja de la tarea. Cálmate, Alejandro. El profesor Raúl ya lo sabe y nos ha dicho que no hay problema. No te preocupes, es solo una hoja, lo demás está intacto. Dime, ¿cómo te sientes?
—Quiero irme a mi casa. 
—Está bien. Tu mamá no tarda en llegar. 

Regresé al salón cuando la psicóloga comenzó a hablar con mi mamá. Estaba molesto. Quería quedarme para la clase de inglés que tanto me gustaba, pero hacerlo significaba que tendría que ver a Berenice, que seguramente me odiaba más por haberla golpeado. Entre un pensamiento y otro, escuché que Josefina, la hermana menor de Juan, me llamaba en su extraño idioma donde la letra A no existía. 

—¡Olejondro! ¡No te olvides de los chonchitos de tierro! —gritó desde la fila donde formaba.

Me agitó las manos pero yo apenas la saludé. Me fui derechito a sacar mis cosas. Me olvidé que ese día era su cumpleaños y que había prometido regalarle una legión de chanchitos de tierra que tanto nos gustaba sacar del parque. Cuando llegué a mi salón, me dieron ganas de llorar. Por suerte mis compañeros estaban en clase de educación física. Revisé mi libro y lo vi dañado. La mitad de la hoja de la tarea tenía un borrón intenso. Pensé que podría ser una pista del autor del crimen. Lo puse a contraluz y descubrí que había algo escrito; era el nombre de Berenice. 

Por todo lo sucedido esta mañana, llegué hasta aquí, al baño de mujeres, porque tengo la certeza de que sigue aquí el otro trozo de papel. Un escalofrío recorre mi cuerpo con los primeros pasos que doy dentro del lugar. De pronto los azulejos se convierten en las paredes del universo y puedo ver las puertas dimensionales y los agujeros negros. Me sostengo de una estrella pero es inútil. Resbalo. Veo un trozo de papel que flota en la inmensidad del cosmos. Mi cuerpo, que también ha empezado a flotar, se siente atraído por el agujero más próximo. Tengo miedo. Con esfuerzo logro alcanzar ese pedazo de papel. Reconozco que la letra, aunque temblorosa y diminuta, es de Berenice. De inmediato, un calambre asalta mi estómago y me dobla en dos. Confundido por una emergente sensación agradable descubro, poco antes de ser absorbido por el agujero negro, el porqué ella había roto la hoja: Berenice, la reina asesina, la gringa, la que no crece, la que no me mira había circunscrito mi nombre junto al suyo.



Agujero oscuro fue publicado en el libro de cuento Materia Oscura(2019)


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