Jennifer era esa niña que lo tenÃa todo: la cartuchera escarchada, los lapiceros perfumados, los colores importados-que
su papá se los habÃa traÃdo de Estados Unidos- los borradores mágicos y otros artilugios para captar la atención de las demás. Mientras una tenÃa la
cartuchera simple y los lapiceros necesarios marca Novo´para escribir. Años más tarde, comprenderÃa que en la sociedad hay una mala distribución de las riqueza, sin embargo en cuarto grado pensaba que mis padres eran malos.
Un dÃa Jennifer apareció con algo
colgado del pecho, le habÃan comprado ese famoso y codiciado lapicero de diez
colores. La envidia de las demás se incrementó
hasta niveles insospechados, debo admitir que yo también lo sentà pero me contuve. Mi madre me habÃa educado bien. Sin embargo el
problema se acrecentó cuando nos sentaron juntas. Jennifer no hacÃa más que presumir
su lapicero. Le pedà a mi madre que me comprara uno de esos pero como estaba empeñada en hacerme una mujer
independiente y ahorrativa no se le
ocurrió mejor idea que solventará con mis propinas aquel antojo, para ella
era un antojo pero para mà significaba la supervivencia en mi salón.
Después de algunos dÃas de vivir
en la sombras, una mañana el lapicero
apareció solo, maltratado y abandonado por su dueño. Claro, Jennifer ya tenÃa otro. Lo pensó varias veces, ¿por qué no darle un poco cariño?, al fin y al cabo
ya nadie lo querÃa. Pero mi madre un millón de veces me habÃa dicho que no llevara a casa algo que no fuera mÃo, entonces se lo reporté a mi profesora. Ella lo
guardó en el frasco del olvido y allÃ
estuvo una semana. Noté que el lapicero se entristecÃa con el tiempo, casi
perdÃa su color y su magia estaba siendo desperdiciada cuando yo podÃa cuidar de él. Volvà a contar mis propinas, aún faltaban muchas para comprar uno propio.
Entonces se me ocurrió olvidar mis lapiceros a propósito.
- - Aquà hay un lapicero- dijo la miss cuando me dio el de diez colores-. Nadie lo ha reclamado, puedes utilizarlo por hoy. - era tal cual lo habÃa calculado. Al fin era mÃo, al menos por unas horas. Fue mágico poder escribir con él, eso de cambiar los
colores a cada rato era maravilloso. Descubrà como era el color anaranjado, morado, rosado y verde en lapicero.
- - ¿Me puedo llevar el lapicero a mi casa?- le
pregunté a la miss. Ella lo pensó un
rato y luego me dio el permiso.
Era la niña más feliz de mundo
hasta que Paul, el niño más tarado de mi
clase, me acusó de habérmelo robado. Como se imaginarán se armó el
Armagedón. Jennifer me acusó, acusó a la miss, acusó a Paul, y a todos los que pudo acusar con su mamá y su mamá con el director. Todo terminó con un jalón de orejas de mi madre y una última advertencia.
Unas semanas después junté suficiente dinero para comprarme mi propio lapicero. Cuando estuve escogiendo el modelo más bonito sentà que el encanto se habÃa esfumado. Miré los lapiceros Novo, todos estaban quietecitos
y tristes, sin que nadie quisiera comprarlos porque eran feos. Finalmente decidà comprarme dos lapiceros Novo, un lápiz calaverita y una salchipapa con
sangrecita, que la señora del colegio preparaba bien rico (luego me escandalicé porque descubrà que
en verdad era SANGRE, pero eso es otra historia).
Al dÃa siguiente, Paulina se sentó conmigo, conversamos algo y cuando comenzó el dictado sacó su hermoso lapicero de ocho colores. Era el lapicero más hermoso que habÃa visto porque en la parte de arriba tenÃa un plástico en forma de diamante. Resignada saqué mis lapiceros Novo y me puse a escribir. Luego entendà que la vida es asÃ, saber elegir el lapicero necesario para
tu vida, a pesar de los lapiceros de diez colores que puedan aparecer en el
camino ¿no?