La profesora de
danza tenía un grave problema con el baile de sexto grado, pero tenía dos opciones: dejarlo como estaba, con esa descoordinada
alumna que estropeaba su trabajo o retirarla del baile para que realmente funcione el número. Viendo
la premura del tiempo optó por este último, de cualquier forma era la profesora
y no había nada más que su autoridad.
***
La profesora sabía que no era su alumna más
destacada y a la primera equivocación aprovechó para sacarme del baile que iba
a presentarse en el teatro por el aniversario del colegio. Pensé que era una
simple llamada de atención pero al finalizar la clase me dio la mala noticia.
Yo ya había invitado a mis padres, mi papá había pedido permiso en su
trabajo y mi madre comprado las trenzas
de lana que debía ponerme, hasta mis tíos habían confirmado un asiento. Era
todo un acontecimiento, era la primera de la familia que se iba a presentar en un teatro de Lima. Todos estaban orgullosísimos
de mí y yo estaba concentradísima… hasta que frente a mí se sentó Iván para arruinar mis
ilusiones de bailarina.
Iván era el niño
más inteligente de la clase, en todos los cursos destacaba cosa que me
sorprendía porque según Gardner las inteligencias son múltiples, pero Iván era
tan bueno que tenía concentrada todas las habilidades del mundo juntas. Además, era el niño más bonito y educado que había conocido, saludaba con esmero, te respondía bien y casi siempre mostraba interés cuando le hablabas; era un poco tímido y a veces gracioso. Usaba lentes, pero a través de ellos podía ver una luz que otros no tenían. Cuando sonreía se iluminaba tanto que yo ardía, mis mejillas cachetonas siempre se sonrojaban. Era el niño que toda niña quería llevar a casa para jugar.
Pero no era la única que se había dado cuenta de las bondades de Iván, otras niñas también pugnaban por tenerlo de amigo, sin embargo Iván no tenía amigas, esas cosas a esa edad no eran
normales, los niños no se preocupaban por las niñas como lo hacen ahora, no
jugaban con ellas, los varones se entretenían con su chipitaz y las niñas con peinarse y subirse las medias plomas o contar historias sobre la llorona o la viuda negra, que tanto a mi me asustaban, pues decían que la casa vieja de madera que había en el parque, que yo cruzaba para irme a casa, vivía una de esas mujeres.
Para el aniversario
se preparó varias actividades, además del evento especial que era el retablo de
danzas en el teatro, en el que ya no participaba, se organizó una dramatización. La profesora organizó tal drama griego que logró involucrar a todos en el proyecto. Íbamos a representar la historia de un príncipe que escoge entre la naturaleza a una flor para que viva en el castillo. No había que
hacer mucho esfuerzo para saber que el papel de príncipe recayó en Iván y el de la flor elegida, la violeta, cayó
en Diana, otra niña del salón.
-¡Serás una violeta! –exclamaron emocionadas las compañeras en el baño.
- ¿Y?-contestó encogiendo los hombros. A Diana no le interesaba ser la violeta de Iván. Era una niña de temperamento rudo y hablar tosco. Vi que las mismas niñas corrieron a buscar a la profesora para contarle la respuesta de Diana y pedir un nuevo sorteo.
- Ella salió sorteada y así no quiera lo hará. -sentenció la maestra.
Yo andaba preocupada por la popularidad de mi flor. A las otras niñas les había tocado interpretar flores conocidas como rosas, girasoles, jazmines pero yo era una amapola. ¡Por dios! ¿Qué era una amapola? ¿Quien conocía a los 11 años lo que era una amapola?
Mi madre que era nula
en habilidades manuales, tuvo que sufrir confeccionando un traje con papel crepé y mi padre tuvo que cambiar la fecha de su permiso porque ya no había más presentación en el teatro. La puesta de las flores sería en el patio del colegio. Yo me esforcé por vencer mi timidez y aprenderme esas tres oraciones que conformaban mi diálogo. Durante los ensayos me trababa o me olvidaba el texto. Reconocí en la cara de mi tutora la misma preocupación que tenía la profesora de danza
con mi desempeño. Estaba segura que me iban a sacar también de ese número. Quizá lo hubiera preferido porque ya no sabía dónde esconder mis manos sudorosas
cuando según la escena debía presentarme con soltura frente al príncipe y tomar
su mano para despedirme de él. ¡Era para morirme, para morirme y quería renunciar!
Un día, mientras la
profesora de danza coordinaba los últimos detalles de su presentación con el elenco, estaba sentada en las gradas del patio mirándolos. Recordé que yo estaba en el elenco y que seguramente había perdido la única oportunidad de presentarme en un teatro. Pensé en mis padres y me dio pena. Recogí mis
piernas y hundí mi cara entre mis brazos. No me había dado cuenta que al lado mío se había sentado Iván. No sé en qué estaba
pensando pero solté un escupitajo. Al instante él tocó mi hombro y me preguntó
si estaba bien.
-¡No! -dije de
inmediato al ver su cara. Deshice el
escupitajo con mi pie y me fui.
La obra de teatro
se presentó dos días después. Mis nervios se masificaron cuando mi madre
apareció tarde con mi traje de diablo, así lo llamó mi padre por la cantidad de rojo que
había en él. Cuando tocó mi turno mi corazón palpitó escandalosamente. Me acerqué a Iván y pude decir mi diálogo, mientras hablaba escuché que los niños preguntaban: ¿Amapola? ¿es una flor? ¿No conozco esa flor? Se me hicieron larguísimos
los segundos. Al finalizar temblorosa y
resignada le estiré mi mano, cuando nos
saludamos pude sentir que sus dedos
también sufrían de humedes como los míos.
Cuando Iván se fue
del colegio, un año después, no volvió a aparecer un niño como él en clase. Un día, mientras ensayábamos en danza, recordé el teatro de las flores, el escupitajo y lo recordé a él . Mientras bailaba se me clarificó todo: Iván me miraba. Quizá, de vez en cuando lo hacía con mayor dedicación que a otras flores.
Volví
a descoordinar pensando en él y la profesora me volvió a sacar del baile. Por suerte aún
faltaba varios meses para el aniversario del colegio.