Esta mañana mi casa está triste y
silenciosa, nadie come, nadie rÃe, nadie grita, solo hay un quejido reprimido
por todos lados. Volvimos a perder a un ser querido, volvimos a perder.
Solo ha pasado un año desde
que Hidalgo se fue, agua en los pulmones y una infección se lo llevó, a pesar
de los medicamentos dados y los cuidados. Se fue un dÃa de miércoles sin
despedirse de mÃ, se fue sin despedirme
de él. Mis hermanos me engañaron, les llamé por la mañana cuando estaba
trabajando, pensé que todo estaba bien, que se iba a recuperar y estarÃa como
antes. Al llegar a mi casa, por la noche, pregunté por él. Uno de mis hermanos me dio la mala noticia. Subà hasta su cuarto y
entonces lo vi, tieso, sin vida. Era
apenas un adolescente.
Cuando Hidalgo murió me pregunté
qué debÃa haber hecho de más para
mantenerlo con vida, el “hubiera” se me hizo tan doloroso y real. Hubiera hecho
muchas cosas para que apareciera nuevamente con vida, mirándome con esos ojitos
de capulà y meneando la cola que no tenÃa. Era tan lindo mi Hidalgo que me
costaba aceptar que lo habÃa perdido. Sin embargo cuando estuvo vivo ese
hubiera no se concretó y ese hubiera me
ha perseguido durante todo este año. Aún me atormenta lo que habrá sentido al
momento de morir, se dice que las personas tienen miedo, yo supongo que los
animales también.
Durante mi duelo, para
restablecerme rápido, pensé en buscar uno igual y reemplazarlo, ponerle el
mismo nombre y creer que todo iba a
volver hacer igual, luego me di cuenta que los sentimientos no serÃan los mismos.
Tal vez yo me acostumbrarÃa a la nueva mascota pero él no me querrÃa como lo hizo
Hidalgo.
Cuando mi perro murió mi madre, luego
de recuperarse, pidió a mis hermanos que no trajeran a ningún perro más, que
otro dolor asà no iba a soportar. Unos meses después, mi hermano apareció con un
cachorrito muy diferente a Hidalgo, lo llamó Túpac. A pesar del temor, solo le
bastó al engreÃdo un par de dÃas para que tuviera a toda mi familia alegre. Mi
madre lo adoptó, a falta de nietos, lo cuidó y lo consintió. A veces estaba
celosa porque con la nueva mascota mi familia habÃa desarrollado un apego que no habÃa visto con Hidalgo.
Túpac fue creciendo rápidamente,
por su contextura iba a ser un perro grande pero además de grande iba a ser muy
travieso, opuesto a Hidalgo, quien fue un pero obediente, tÃmido y cariñoso.
Túpac era juguetón, hiperactivo, desobediente. Un completo dolor de cabeza que
encantaba. Se hizo querer.
Un dÃa apareció en la puerta un
gatito muerto. Mi madre le dijo a uno de mis hermanos que lo recogiera, cuando
lo hizo se dio cuenta que no estaba muerto pero iba por ese camino. A pesar de la
negativa de mi madre lo curó, lo cuido y el gatito creció.
Tenemos una gata que no tiene
nombre, simplemente se llama “La gata vieja” no nos hemos preocupado de
buscarle un nombre ni reconocer su raza pero sabemos que no es común. Ella e
Hidalgo fueron amigos, crecieron juntos; desde que él nació y desde que ella
llegó. Ambos compartieron una amistad silenciosa y sosegada. Ella no puede tener
hijos y él no los tuvo. Cuando Hidalgo murió, la gata desapareció unas semanas.
Paraba en el techo hasta que apareció Túpac. Nunca se llevaron bien. Túpac hizo
el esfuerzo de agradarla pero la actividad del enano contrastaba con la suya, por eso se
llevó mejor con la gata recién llegada, la refugiada, que dÃa a dÃa se
recuperaba y se sentÃa mejor.
La gatita y él jugaban. Se
veÃan tan felices a pesar de la desventaja de tamaño. En algunos dÃas, Túpac iba a cumplir un año. Se habÃa acostumbrado a pasar sus tardes con
los amigos del barrio. Por la noche se iba a la avenida a esperar a mi hermano
que regresaba de estudiar y luego dormÃa. Esa era su vida, hasta el dÃa de
ayer. Como acostumbraba Túpac se fue pero no volvió y lo peor de todo es que nadie
se percató de ello.
En la mañana sus acostumbrados
saltos nos fueron ausentes, entonces lo empezamos a buscar. Todos pensábamos que
se habÃa vuelto a fugar como ya antes lo habÃa hecho, una noche lo buscamos
hasta la madrugada y no lo encontramos. Como a las cuatro rasgó la puerta para
que lo abrieran. Recibió su gritada pero eso fue todo. Pensamos que habÃa ocurrido lo mismo. Mi mamá
estaba renegando porque no estuvimos pendiente de él.
Como al medio dÃa, bajé de mi
cuarto después de limpiar y pregunté si habÃan encontrado a Túpac.
-SÃ, estaba en la avenida.
-¿Dónde está ahora?
-Está muerto. Lo han atropellado -Mi hermano
tenÃa los ojos llorosos, entonces supe que no era una broma suya.
En ese momento sentà lo mismo que
cuando me enteré que Hidalgo murió, ese bendito “hubiera” volvió a rondar en mi
cabeza: le hubiera dado de comer, hubiera salido a buscarlo anoche, me hubiera
ido a dormir asegurándome que estaba en casa...lo hubiera querido más…hubiera….
Seguramente Túpac se fue a buscar a mi hermano, pero él no habÃa
salido, estaba durmiendo. Lo esperó y al querer regresar ocurrió la
tragedia. Está vez tampoco pude despedirme,
la última vez que lo vi fue la noche
anterior. Lo que me mata de su perdida es que fue tan breve la alegrÃa, y tan larga será su ausencia. También me destruye pensar en su sufrimiento, si el dolor fue demasiado o simplemente no hubo
tiempo de tener miedo. Espero desde el fondo de mi corazón que sea lo último, y
que no haya esperado en vano que fuéramos
ayudarlo.
Adiós… querido Túpac.