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La marcha de la reina negra

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Primaria de mi niñez,  mis peores recuerdos.


Mi mayor problema de niña era recordar donde dejaba  las cosas y uno de los grandes misterios de la vida,  en mi casa, no era precisamente saber qué hacía mi padre para entregarle el diario de los alimentos a mi madre en época de inflación sino era saber dónde dejaba guardada las medias del colegio.

Esas tripas plomas  eran mi martirio todas las mañanas. Antes, en inicial, lo habían sido las gallinas que mi mamá me ponía en la cabeza. Según su visión sincrética del mundo mis pilimilis pasaron a tener forma de gallinas  y mi cabello era su nido. A veces pienso que mi madre era la culpable. Me ponía tantos adornos en la cabeza y en los pies que terminaba olvidándolos a propósito.  En el momento preciso las gallinas no aparecían, ni cacaraqueaban, ni se preocupaban por su nido. Iba de un lado a otro sonando mis zapatitos de charol negro como si bailara un desordenado tap. Mi madre estallaba en cólera y a veces, con suerte, estallaba de risa. Ya en primaria dejé las gallinas por los pilimilis en forma caramelos. Me amarraba con ellos las puntas de las trenzas y por eso no se perdían, porque me dormía con las trenzas y los caramelos estaban allí, en el mismo lugar cuando despertaba.  

Cuando iba  en segundo grado  mis preocupaciones volvieron. Todas las mañanas no podía cumplir con el uniforme porque las benditas medias plomas desaparecían. Me cansaba de buscarlas, mi mamá se cansaba de decirme que las buscara y  mi  papá se cansaba de buscarlos conmigo.  Debajo de la cama, dentro de los zapatos, dentro del ropero, en la cómoda, en la cartuchera, en la mochila, en los muebles de mis hermanos, en el baño o quizá en la cocina, las buscaba en todos lados pero estas no aparecían. Mi mamá, como era mi mamá,  corría a la tienda y me compraba unas nuevas amenazando que era la última vez, pero siempre me las ingeniaba para que me las volviera a comprar. <¡Guarda esas medias!>gritaba y yo le prometía que las guardaría. 

Un día, como siempre,  no las encontré. Recordaba que las  había guardado bien precisamente porque  en la última amenaza de mi madre, ella estuvo muy enojada.  Las guardé pensando que era un lugar seguro. Cuan seguro había sido que no recordaba dónde las había dejado.  Después de buscarlas por varios minutos, a punta de los gritos de mamá,  apareció una, con expresión culpable.<-¿Donde esta tu hermanita?>le susurré y me la metí por debajo de la camisa para no perderla. 

-   ¿Has buscado en tu lonchera?-preguntó mi mamá. 

Torcí la cabeza ¿cómo pensaba que lo iba a guardar allí? De todos modos me obligó a buscar en mi lonchera y en mi mochila, pero no encontré nada. 
Ya casi eran las ocho y mi madre me dio dos opciones:  ir con una media e imponer una nueva modas a mis siete años o padecer las miradas de mis malditas compañeras de colegio cuando me vieran sin medias.  Como mi mamá, era mi mamá, me mandó sin medias.

En el colegio no acostumbraban hacer formación general los días de semana, solo los lunes y  ese día no era lunes pero por alguna razón al director se le ocurrió fastidiarme la vida. Ya era terrible que mi profesora me mirara con cara de haberse comido una cucaracha como para que  las  otras mises del colegio le dieran el pésame por tener a una  alumna como yo.

- ¡Qué vergüenza!- replicó una compañera. La misma que se encargó de enterar a todos  los estudiantes del colegio sobre el calzón húmedo de Lita.

Ya en clase, la profesora ordenó que sacáramos los cuadernos y cartucheras para comenzar con el dictado. El cuaderno salió pero la cartuchera… allá estaba, en mi casa, sobre algún mueble seguramente. ¡Lo había sacado para buscar la media! Revisé el bolsillo pequeño de mi mochila, metí la  mano para encontrar un lápiz con que escribir y entonces sentí un bulto esponjoso,  salió  entre mis dedos la tripa ploma perdida. Me molesté. No era otra cosa que brujería. No había otra explicación. ¡Yo lo había buscado tres  veces en ese lugar!
Escondí la media lamentándome no escuchar las palabras de mi mamá. Lo último que dijo, cuando salí rumbo al colegio, avergonzada y media llorosa, fue:
-  Llévate la media, tal vez encuentres la otra en tu mochila.

No la llevé y no lo hice porque  ya no recordaba  dónde  había puesto la otra.







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